En la entrada de la semana pasada se reflejó la vida de Leonardo Torres Quevedo a grandes rasgos, así como su obra, ya que nos centramos en los campos e inventos más importantes de su vida. Sin embargo, nos quedamos muy lejos de ver todos los aspectos interesantes de su existencia y todos los inventos que concibió.
En este segundo post hablaremos de otros inventos menos importantes pero igualmente espectaculares para la época en que fueron concebidos y además veremos otros aspectos de la vida de Torres Quevedo para tener una imagen más fiel de su persona.
En este segundo post hablaremos de otros inventos menos importantes pero igualmente espectaculares para la época en que fueron concebidos y además veremos otros aspectos de la vida de Torres Quevedo para tener una imagen más fiel de su persona.
En el campo de la electromecánica mencionaremos el “husillo sin fin”, un mecanismo que representa mecánicamente la ecuación y=log(10x+1). Esta máquina estaba unida mediante un árbol de transmisión a otras máquinas de cálculo más complejas, como por ejemplo el Ajedrecista, del que hablamos en la anterior entrada, o distintas máquinas para la resolución de funciones polinómicas. De estas últimas podemos mencionar la que aún se conserva en el museo Torres Quevedo de la politécnica de Madrid y que es capaz de resolver una ecuación de ocho términos, obteniendo sus raíces, con una precisión de milésimas.
También inventó un aparato para la resolución de ecuaciones de segundo grado y al que parece ser que no le puso nombre (al menos yo no he encontrado ninguna información a este respecto). Todas estas máquinas algebraicas eran analógicas, a diferencia del aritmómetro electromecánico, del que hablamos en el anterior post, que fue la primera calculadora digital.
No solo en cuanto a la investigación en matemáticas centró sus aparatos, sino también en biología por ejemplo. Uno de estos inventos son los micrótomos panorgánicos de congelación diseñados para obtener secciones de centros nerviosos.
Otro aspecto de su vida fue su deseo y afán por transmitir lo que iba aprendiendo o descubriendo. De este modo, también inventó una serie de artilugios que mejoraban la forma de enseñar de la época. Podemos mencionar el puntero proyectable de 1930, que es la idea básica del puntero laser, es decir, utilizar luz para señalar en una diapositiva y así no tener que cruzar por delante un puntero físico y proyectar sombras sobre la diapositiva. Evidentemente este puntero no se basaba en un láser puesto que aún no existía, se basaba en la sombra de un cuerpo opaco que se movía cerca de la placa proyectada.
Otra mejora para la docencia fue el proyector didáctico, un aparato de proyección de diapositivas mejor que los que había entonces.
Cambiando a otro campo totalmente distinto de su vida podemos hablar de su labor como humanista y su contribución a la lengua española. En primer lugar inventó un sistema simbólico de descripción de máquinas mediante una serie de símbolos y notaciones para la representación de los componentes y de las relaciones entre estos. Pretendía que se pudiese describir una máquina sin utilizar el idioma materno y que así cualquier persona de cualquier nacionalidad (con conocimientos científicos y tecnológicos suficientes) pudiese entenderlo fácilmente.
Además intentó normalizar el vocabulario científico en español. En el Congreso Científico Internacional de Buenos Aires de 1910 presentó un proyecto de Unión Internacional Hispano-Americana de Bibliografía y Tecnología Científicas. Este proyecto fracasó por falta de apoyo institucional. Sin embargo, más adelante, al ingresar en la Real Academia Española de la Lengua en 1920, defendió la creación de un diccionario tecnológico en lengua castellana. Consiguió que se crease la Junta Nacional de Bibliografía y Tecnología Científica, cuya presidencia ostentó Torres Quevedo. La actividad de este organismo condujo a la publicación de dos volúmenes de un Diccionario Tecnológico Hispano-Americano, que no fue completado hasta muchos años después.
Y por último en este campo, destacar su conocimiento del esperanto, lengua artificial que Torres Quevedo consideraba idónea como lengua científica universal. El esperanto es una lengua creada expresamente para resultar fácil de aprender, ya que elimina las conjugaciones e irregularidades que se dan en todo lenguaje “natural”. También da facilidad para la creación de nuevas palabras ya que incluye una gran variedad de prefijos y sufijos. Estas ventajas y otras más no fueron suficientes para que se impusiese el esperanto. Como siempre, la falta de apoyo institucional impidió cualquier avance en este sentido.
No solo en cuanto a la investigación en matemáticas centró sus aparatos, sino también en biología por ejemplo. Uno de estos inventos son los micrótomos panorgánicos de congelación diseñados para obtener secciones de centros nerviosos.
Otro aspecto de su vida fue su deseo y afán por transmitir lo que iba aprendiendo o descubriendo. De este modo, también inventó una serie de artilugios que mejoraban la forma de enseñar de la época. Podemos mencionar el puntero proyectable de 1930, que es la idea básica del puntero laser, es decir, utilizar luz para señalar en una diapositiva y así no tener que cruzar por delante un puntero físico y proyectar sombras sobre la diapositiva. Evidentemente este puntero no se basaba en un láser puesto que aún no existía, se basaba en la sombra de un cuerpo opaco que se movía cerca de la placa proyectada.
Otra mejora para la docencia fue el proyector didáctico, un aparato de proyección de diapositivas mejor que los que había entonces.
Cambiando a otro campo totalmente distinto de su vida podemos hablar de su labor como humanista y su contribución a la lengua española. En primer lugar inventó un sistema simbólico de descripción de máquinas mediante una serie de símbolos y notaciones para la representación de los componentes y de las relaciones entre estos. Pretendía que se pudiese describir una máquina sin utilizar el idioma materno y que así cualquier persona de cualquier nacionalidad (con conocimientos científicos y tecnológicos suficientes) pudiese entenderlo fácilmente.
Además intentó normalizar el vocabulario científico en español. En el Congreso Científico Internacional de Buenos Aires de 1910 presentó un proyecto de Unión Internacional Hispano-Americana de Bibliografía y Tecnología Científicas. Este proyecto fracasó por falta de apoyo institucional. Sin embargo, más adelante, al ingresar en la Real Academia Española de la Lengua en 1920, defendió la creación de un diccionario tecnológico en lengua castellana. Consiguió que se crease la Junta Nacional de Bibliografía y Tecnología Científica, cuya presidencia ostentó Torres Quevedo. La actividad de este organismo condujo a la publicación de dos volúmenes de un Diccionario Tecnológico Hispano-Americano, que no fue completado hasta muchos años después.
Y por último en este campo, destacar su conocimiento del esperanto, lengua artificial que Torres Quevedo consideraba idónea como lengua científica universal. El esperanto es una lengua creada expresamente para resultar fácil de aprender, ya que elimina las conjugaciones e irregularidades que se dan en todo lenguaje “natural”. También da facilidad para la creación de nuevas palabras ya que incluye una gran variedad de prefijos y sufijos. Estas ventajas y otras más no fueron suficientes para que se impusiese el esperanto. Como siempre, la falta de apoyo institucional impidió cualquier avance en este sentido.
Para finalizar la entrada pondré un breve resumen de los premios y cargos más importantes con los que fue premiado Torres Quevedo a lo largo de su vida y que en mi opinión no fueron suficientes:
Hasta aquí la segunda (y última) entrada sobre Leonardo Torres Quevedo. La semana que viene habrá cambio de tema, aunque aún no os puedo decir cuál será porque no lo sé. Así es la inspiración, viene cuando quiere.
- 1916. Se le concede la Medalla Echegaray de manos de Alfonso XIII.
- 1918. Rechaza el cargo de Ministro de Fomento.
- 1920. Ingresa en la Real Academia Española sustituyendo a Benito Pérez Galdós.
- 1922. Es nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de la Sorbona.
Hasta aquí la segunda (y última) entrada sobre Leonardo Torres Quevedo. La semana que viene habrá cambio de tema, aunque aún no os puedo decir cuál será porque no lo sé. Así es la inspiración, viene cuando quiere.
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